En los navíos, la campana señala los cuartos de la vela marinera.
En los socavones y en los cañaveales, empuja al trabajo a los siervos indios y a los esclavos
negros. En las iglesias da las horas y anuncia misas, muertes y fiestas.
Del libro Mujeres
Pero en la torre del reloj, sobre el palacio del virrey de México, hay una
campana muda. Según se dice, los inquisidores la descolgaron del campanario de una vieja
aldea española, le arrancaron el badajo y la desterraron a las Indias, hace no se sabe cuántos
años. Desde que el maese Rodrigo la creó en 1530, esta campana había sido siempre
clara y obediente. Tenía, dicen, trescientas voces, según el toque que dictara el campanero,
y todo el pueblo estaba orgulloso de ella. Hasta que una noche su largo y violento repique hizo saltar a todo
el mundo de las camas. Tocaba a rebato la campana, desatada por la alarma o la alegría o quién
sabe qué, y por primera vez nadie la entendió. Un gentío se juntó en el atrio mientras
la campana sonaba sin cesar, enloquecida, y el alcade y el cura subieron a la torre y comprobaron, helados de
espanto, que allí no había nadie. Ninguna mano humana la movía. Las autoridades
acudieron a la Inquisición. El tribunal del Santo Oficio declaró nulo y sin valor alguno el repique
de la campana, que fue enmudecida por siempre jamás y expulsada al exilio en México.
Juana Inés de Asbaje abandona el palacio de su protector, el virrey
Mancera, y atraviesa la plaza mayor seguida por dos indios que cargan sus baúles. Al llegar a la esquina,
se detiene y vuelve la mirada hacia la torre, como llamada por la campana sin voz. Ella le conoce la historia.
Sabe que fue castigada por cantar por su cuenta.
Juana marcha rumbo al convento de Santa Teresa la Antigua. Ya no será
dama de corte. En la serena luz del claustro y la soledad de la celda, buscará lo que no puede
encontrar afuera. Hubiera querido estudiar en la universidad los misterios del mundo, pero nacen las mujeres
condenadas al bastidor de bordar y al marido que les eligen. Juana Inés de Asbaje se hará
carmelita descalza, se llamará sor Juana Inés de la Cruz.