El Dios desprendió un espíritu de Sí mismo y de él creó a la belleza.
Derramó sobre ella su bendición y la dotó de gracia y bondad.
Le dió la copa de la felicidd y le dijo:
"No bebas de esta copa hasta que hayas olvidado el pasado y el futuro, porque la felicidad no es nada más que un momento pasajero."
Y El también le dio la copa de la tristeza y le dijo:
"Bebe de esta copa y comprenderás el significado de los fugaces instantes de dicha en la vida, porque la tristeza está siempre presente."
Y el Dios la dotó de un amor que la abandonaría para siempre en el momento en que ella experimentara por primera vez la satisfacción terrena, y de una dulzura que se desvanecería cuando conociera por primera vez la adulación.
Y el la colmó de celestial sabiduría para que la condujera por el recto sendero,
y colocó en lo profundo de su corazón un ojo que distinguiera lo oculto,
y la creó afectuosa y bondadosa para con todas las cosas.
La atavió con vestiduras de esperanza hiladas por los ángeles del cielo con las hebras del arco iris.
Y El la cubrió a la sombra de la confusión, que es el alba de la vida y de la luz.
Entonces, el Dios tomó el fuego exiguo de la hoguera de la ira,
y el viento arrasador de los desiertos de la ignorancia,
y las filosas arenas de las playas del egoísmo,
y la tierra tosca pisoteada por por los siglos,
y a todos los mezcló y modelo al Hombre.
Dotó al Hombre del ciego poder que lo enfurece y lo enloquece,
y esa locura sólo se extingue ante el deseo gratificante, y lo llenó de vida,
espectro de la muerte.
Y el Dios rió y lloró.
Se sintió abrumado de amor y conmiseración por el Hombre,
y lo privó de Su protección.