Caridades e hipocresías
(Jorge Conti *)


Francamente, detesto el terna. Llevo años esquivándolo, a veces apelando a la perífrasis, otras con explícito silencio. Una sola vez, en un programa radial de la mañana, dije la que pensaba y provoque un debate Lleno de escandalizados equívocos. Comprendí que la cuestión era una trampa llena de tabúes y ya se sabe lo que ocurre cuando el animismo primitivo que llevamos adentro se encrespa porque le tocaron un tabú: es imposible discutir racionalmente. Pero un día, finalmente, el terna fue corno un visitante molesto, me persiguió hasta la noche y cuando me senté a trabajar en mi escritorio se plantó como diciendo "aquí estoy". Fue inútil todo intento de evasión.

    Toda mi vida he sentido una profunda repugnancia por la caridad privada.

    Creo tener varias razones. La primera, es que cuando una sociedad degrada la generosidad, la filantropía, el humanismo -llámense como se llameen esos valores- a caridad privada, algo funciona muy mal en ella y lo que funciona mal es la justa distribución de la riqueza y la consideración de la persona humana.

    La segunda es que el gesto caritativo sumerge al destinatario en el mundo de las cosas, convirtiéndolo en pretexto y confirmándole su condición accesoria.

    La tercera es que, si el gesto se prolonga demasiado tiempo, el socorrido termina acostumbrándose a esa condición y, finalmente, aceptándola.

    La cuarta es que el auxilio recibido es inmediatamente absorbido por el estado crónico de necesidad y necesita de la repetición periódica del gesto, lo que crea una humillante relación de dependencia.

    La quinta es que me pongo suspicaz y nunca puedo distinguir la caridad privada como reconocimiento del otro y la caridad privada corno un plan en cuotas para el futuro lote en el cielo.

    La sexta - y quizá la principal - es que la caridad y la beneficencia siempre han aparecido durante los gobiernos conservadores, que los más fuertes, la explotación inescrupulosa del trabajo y la injusticia: son estos gobiernos, justamente, los que celebran la apoteosis de la caridad privada como autojustificación y como pretexto para declinar las responsabilidades del Estado. De esta manera pueden dedicarse con tranquilidad de conciencia a gobernar para los ricos.

    Como a esta altura ya habrá más de un alma bella erizada, considero necesario explicar que el tema no me resulta molesto sólo por esto. Es molesto además, porque pertenece a ese orden de temas que - en ciertas circunstancias históricas como una crisis social profunda - lo llevan a uno a contradecirse y hacer concesiones. Y esta es una de esas circunstancias. Porque ¿quién puede endurecerse a tal punto en sus principios u opiniones, como para ignorar que en medio de la desocupación, la pobreza, el hambre, la enfermedad y el analfabetismo, hasta la caridad privada puede contribuir a aliviar las tragedias individuales de miles de seres humanos?

    Y aquí viene la cuestión: si hay una institución que me parece ajena a toda especulación hipócrita y que ha dado testimonios de una sacrificada y sincera preocupación por los más necesitados, esa institución es Cáritas. Días después de la peregrinación anual a Guadalupe, recibí en la radio un comunicado de Aldo Ducrano. Por la tarde escuché la entrevista que sostuvo con el programa Siempre tarde. La multitud que concurrió en peregrinación a Guadalupe, cerca de 250.000 según los datos, donó 246 bolsas de ropas y calzados y 135 bolsas de alimentos. Oí el promedio calculado por Ducrano: menos de un gramo de alimentos por cabeza.

    Menos de un gramo de alimentos por cabeza.

    ¿La pobreza ha alcanzado tales niveles que 250.000 peregrinos no pudieron donar más? ¿Ha calado profundamente en el colectivo social el principio menemista de que "pobres habrá siempre" y la conclusión de muchos ha sido que, por Lo tanto, nada se soluciona con preocuparse? ¿La herencia cultural del menemismo ha convertido en indiferencia lo que antes era entre nosotros solidaridad?

    A esta altura del comentario no me importa ir hasta el fondo: muchas veces he escuchado decir "si lo votaron a Menem que vayan a pedirle a él", frase de pura cepa menemista dicha por quienes paradójicamente eran opositores, pero que han pasado del pensamiento crítico al resentimiento, con lo cual Menem sigue ganando. Porque lo que él propuso fue, precisamente, destruir el tejido social argentino: "el vivo al bollo y el muerto al hoyo", como decía Cervantes criticando el egoísmo y la indiferencia.

    Ya que, en este punto, nadie puede atreverse a dudar de la transparencia con que Cáritas distribuye las donaciones que recibe, admitiendo, además que, siendo una institución, despersonaliza la ayuda lo suficiente como para que no degrada en limosna y humillación. Ahí no hay especulaciones políticas, ni réditos electorales, ni punteros atornillados en sus ventajeadas. Ya en años anteriores Monseñor Rafael Rey advirtió dolorosamente sobre la mezquindad de las donaciones en las colectas anuales. Esa multitud que concurrió a Guadalupe consumió gaseosa, choripanes, artesanías, souvenirs y, por qué no decirlo, hasta alcohol, según el testimonio de algunos vecinos quejosos. No me voy a desgarrar las vestiduras por eso, no soy tan mojigato. Pero ¿menos de un gramo de comida por cabeza donado a Cáritas?. No juzgo: simplemente expongo un comportamiento que clama por una explicación.

* periodista y escritor. Vive en la ciudad de Santa Fe, Argentina.


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