Para abordar el tema de la soberanía política y la independencia económica, primeramente, vamos a tratar de revertir en palabras fáciles, en conceptos que todo el mundo conozca y entienda, la enorme importancia que encierra a estos dos términos que deben mantener una unión estrechísima. Puede alguno, como sucedió en algún momento en Cuba, anteceder al otro, pero necesariamente van juntos, y al poco tiempo de andar deben juntarse, ya sea como una afirmación positiva, como el caso cubano que logró su independensia política, e inmediatamente se dedicó a conseguir su independencia económica, u otras veces en el caso negativo de países que logran o entran en el camino de la independencia política y por no asegurar la independencia económica, ésta poco a poco se va debilitando hasta que se pierde.
Pero antes de referirnos a las tareas que la revolución cubana realizó para hacer realidad estos dos conceptos, es bueno definirlos y aclararlos. Las definiciones siempre son defectuosas, tienden a congelar términos, a hacerlos muertos, pero es bueno por lo menos dar un concepto general de estos dos términos gemelos. Sucede que hay quienes no entienden o no quieren entender en que consiste la soberanía y se asustan cuando, por el ejemplo, en Cuba, se firmó un convenio comercial con la Unión Soviética, y además se recibió un crédito de esta poderosa nación. Es algo que en la historia de América tiene antecedentes toda esta lucha. Sin ir más lejos, el 18 de marzo pasado se cumplió un nuevo aniversario de la expropiación de las compañías petroleras mexicanas, en el gobierno del General Lázaro Cárdenas. Nosotros, por no haber vivido esa época, no podemos precisar exactamente la conmoción que produjo en América, pero en todo caso, los términos y las acusaciones fueron exactamente iguales a las que tuvo que soportar Cuba, Guatemala; la que deberán soportar en un futuro todos los países que tomen decididamente por este camino de libertad. Podemos decir casi sin caricaturizar nada, que las compañías o las grandes empresas periodísticas y los voceros de opinión de los Estados Unidos, dan la tónica de la importancia y la honestidad de un gobernante simplemente invirtiendo los términos. Cuando un gobernante sea más atacado, mejor será indiscutiblemente y Cuba tiene el privilegio de ser el país y el gobierno más atacados, no solamente en este momento, sino quizás en todos los momentos de la historia de América, mucho más que Guatemala y más quizá que el México del año '38, cuando el General Cárdenas ordenó la expropiación. El petróleo en aquella época jugaba un papel importante en la vida mexicana; en Cuba lo juega el azúcar. El papel de monoproducto que va un monomercado, o sea que va a un sólo mercado.
"Sin azúcar no hay país", vociferan los voceros de la reacción y además creen que si el mercado no compra ese azúcar la ruina es absoluta. Como si ese mercado que compra el azúcar cubana lo hiciera por obra de caridad. Durante siglos el poder político estuvo en manos de esclavistas, después de señores feudales y para facilitar la conducción de las guerras contra los enemigos y contra las rebeliones de los oprimidos delegaban sus prerrogativas en uno de ellos, el que nucleaba a todos, el más decidido, el más cruel quizá que pasaba a ser el rey, el soberano y el déspota que poco a poco iba imponiendo su voluntad a través de épocas históricas para llegar en un momento a hacerla absoluta.
Naturalmente que no vamos a relatar todo el proceso histórico de la humanidad y además ya el tiempo de los reyes ha pasado. Quedan solamente algunas muestras en Europa. Fulgencio Batista no pensó nunca en llamarse Fulgencio I. Le bastaba simplemente con que cierto vecino poderoso le reconociera como el presidente y que los oficiales de un ejército lo acataran, es decir, los poseedores de las fuerzas físicas, de las fuerzas materiales, de los instrumentos de matanza, que lo acataban y lo apoyaban como el más fuerte entre ellos, como el más cruel o como el de mejores amigos afuera. Ahora existen los reyes que no tienen corona, son los monopolios, los verdaderos amos de países enteros y en ocasiones de continentes, como ha sido hasta ahora el continente africano y una buena parte del continente asiático, y desgraciadamente también, el nuestro Americano. Otras veces han intentado el dominio del mundo. Primero fue Hitler, representante de los grandes monopolios alemanes que trató de llevar la idea de superioridad de una raza, a imponerla por los campos del mundo en una guerra que costó 40 millones de vidas.
La importancia de los monopolios es inmensa, tan grande es que hace desaparecer el poder político de muchas de nuestras repúblicas. Hace tiempo leíamos un ensayo de Papini, donde su personaje Gog compraba una república y decía que esa república y dacía que esa república creía que tenía presidentes, cámaras, ejércitos y que era soberana cuando en realidad él la había comprado. Y esa caricatura es exacta, hay repúblicas que tienen todas las características formales para serlo y sin embargo dependen de la voluntad omnímoda de la Standar Oil o de alguna compañía monopolista petrolera, como otros dependen de los reyes del estaño o de los que comercializan café, dando ejemplos americanos para no buscar los africanos y asiáticos; es decir, que la soberanía política es un término que no hay que buscarlo en definiciones formales sino que hay que ahondar un poquito más, has que buscarle sus raíces. Todos los tratados, todos los códigos de derecho, todos los políticos del mundo, sostienen que la soberanía política nacional es una idea inseparable de la nación de estado soberano, de estado moderno, y si no fuera así, no se verían algunas potencias obligadas a llamar estados libres asociados a sus colonias, es decir, a ocultar tras una frase la colonización. El régimen interno que tenga cada pueblo que le permita en mayor o menor grado o por completo o que no le permita en absoluto, ejercer su soberanía, debe ser asunto que competa a dicho pueblo; pero la soberanía nacional significa, primero, el derecho que tiene un país a que nadie se inmiscuya en su vida, el derecho que tiene un pueblo a dar el gobierno y el modo de vida que mejor le convenga, eso depende de su voluntad y solamente ese pueblo es el que puede determinar si un gobierno cambia o no. Pero todos estos conceptos de soberanía política, de soberanía nacional, son ficticios si al lado de ellos no está la independencia económica.
Habíamos dicho al principio que la soberanía política y la independencia económica van unidas. Si no hay economía propia, si se está penetrado por un capital extranjero, no se puede estar libre de la tutela del país del cual se depende, ni mucho menos se puede hacer la voluntad de ese país si choca con los grandes intereses de aquel otro que la domina económicamente. Esa idea no estuvo absolutamente clara en el pueblo de Cuba y por eso fue necesario rememorarla una y otra vez. Los pilares de la soberanía política que se colocaron el 1º de enero de 1959, solamente estarán totalmente consolidados cuando se logre una absoluta independencia económica. Y podemos decir que Cuba fue, en un primer momento, por buen camino al tomar medidas que aseguraban su independencia económica. Si en este camino a la liberación absoluta del yugo del imperialismo se retrocede, aunque sólo sea un paso, se volverá indefectiblemente a los sistemas de colonización más o menos encubiertos de acuerdo con las catacterísticas de cada país y de cada momento social.
En estos momentos es muy importante conocer estos conceptos. Ya es muy difícil ahogar la soberanía política nacional de un país madiante la violencia pura y simple. Algunos de los últimos ejemplos que se han dado son el ataque despiadado y artero de los colonistas ingleses y franceses a Port Said en Egipto y el desembarco de las tropas norteamericanas en el Líbano. Sin embargo, ya no se envían los marines con la misma impunidad con que se hacía antes y es mucho más fácil establecer una cortina de mentiras que invadir un país, porque simplemente se haya lesionado el interés económico de algún gran monopolio. Invadir un país que reclama el derecho de ejercer su soberanía en estos momentos de Naciones Unidas donde los pueblos quieren emitir su voz y su voto, es difícil. Y no es fácil adormecer, al respecto ni la opinión pública propia ni la del mundo entero. Es necesario para ello un gran esfuerzo propagandístico, que vaya preparando las condiciones para hacer menos odiosa esa intervención.
Eso es precisamente lo que hicieron y están haciendo con Cuba; nunca debemos dejar de puntualizar cada vez que sea posible que desde hace ya mucho tiempo se estan preparando las condiciones para reducir a Cuba a la forma que sea necesario y que depende del pueblo cubano solamente que esa agresión no se provoque. Pueden hacerla económicamente hasta donde quieran, pero ya está asegurada una conciencia en el país por si quieren hacerla material con soldados compatriotas de los monopolios o con mercenarios de otros países y dado este caso, será tan caro el precio que tengan que pagar que no podrán hacerlo. Y siguen tratando de ahogar y preparando las condiciones necesarias para ahogar en sangre si fuese necesario, esa revolución que comenzó un amaneciente 1º de enero de 1959; solamente porque van en el camino de su liberación económica, porque están dando el ejemplo con medidas tendientes a liberar a Cuba y a que el grado de su libertad económica alcance el de su libertad y el de su madurez política actual.
Han tomado el poder político, han iniciado su lucha por la liberación con este poder bien firme en las manos del pueblo. El pueblo no puede soñar siquiera con la soberanía si no existe un poder que responda a sus intereses y a sus aspiraciones, y poder popular quiere decir no solamente que el Consejo de Ministros, la Policía, los Tribunales y todos los órganos del Gobierno estén en manos del pueblo. También quiere decir que los órganos económicos van pasando en manos del pueblo. El poder revoluvionario o la soberanía política es el instrumento para la conquista económica y para hacer realidad en toda su extensión la soberanía nacional. En término cubano, quiere decir que este Gobierno Revolucionario es el instrumento para que en Cuba manden solamente los cubanos en toda la extensión del vocablo, desde la parte política hasta disponer de las riquezas de la tierra y de la industria. Todavía no se puede proclamar ante las tumbas de los mártires de la historia revolucionaria que Cuba es independiente económivamente. No lo puede ser cuando simplemente cualquier orden de alguno de los monopolios paraliza en Cuba un centro de trabajo. Independiente será Cuba cuando haya desarrollado todos sus medios, todas sus riquezas naturales y cuando haya asegurado mediante tratados, mediante comercio con todo el mundo, que no pueda haber acción unilateral de ninguna potencia extranjera que le impida mantener su ritmo de producción y mantener todas sus fábricas y todo su campo produciendo al máximo posible dentro de la planificación que se lleve a cabo. Sí se puede afirmar exactamente que la fecha en que se alcanzó la soberanía política nacional como primer paso, fue el día en que venció el poder popular, el día de la victoria de la revolución, el 1º de enero de 1959.
Este fue un día que se va fijando cada vez más como el comienzo no sólo de un año extraordinario de la historia de Cuba, sino como el comienzo de una era. Y no es solamente el comienzo de una era en Cuba, sino el comienzo de una era en América. Para Cuba, el 1º de enero es la culminación del 26 de julio de 1953 y del 12 de agosto de 1933, como lo es también del 24 de febrero de 1895 o del 10 de octubre de 1868. Pero para América significa también una fecha gloriosa, puede ser quizá la continuación de aquel 25 de mayo de 1809, en que Morillo se levantó en el Alto Perú o puede ser el 25 de mayo de 1810, cuando el Cabildo Abierto de Buenos Aires, o cualquier fecha que marque el inicio de la lucha del pueblo americano por su independencia política en los pricipios del siglo XIX.
Esta fecha, el 1º de enero, conquistada a un precio enormemente alto para el pueblo de Cuba, resume las luchas de generaciones y generaciones de cubanos, desde la formación de la nacionalidad por la soberanía, por la patria, por la libertad y por la independencia plena política y económica de Cuba. No se puede hablar ya de reducirla a un episodio sangriento, espectacular, decisivo si se quiere, pero apenas un momento en la historia de los cubanos, ya que el 1º de enero es la fecha de la muerte del régimen despótico de Fulgencio Batista, de ese pequeño Weyler nativo, pero es también la fecha del nacimiento de la verdadera república políticamente libre y soberana que toma por ley suprema la dignidad plena del hombre.
Este 1º de enero significa el triunfo de todos los mártires antecesores, desde José Martí, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Galixto García, Moncada o Juan Gualberto Gómez, que tiene antecedentes en Narcizo López, en Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes, y que fuera continuado por toda la pléyade de mártires de la historia republicana de Cuba, los Mella, los Guiteras, los Frank País, los José Antonio Echeverría o Camilo Cienfuegos.
Consciente ha estado Fidel, como siempre, desde que se dió por entero a los combates por su pueblo, de la magnitud de la entereza revolucionaria, de la grandeza de la fecha que hizo posible el heroísmo colectivo de todo un pueblo: este maravilloso pueblo cubano del cual brotara el glorioso Ejército Rebelde, la continuación del ejército mambí. Por eso a Fidel siempre le gustaba comparar la obra a emprender con la que tenía por delante el puñado de sobrevivientes cuando el desembarco ya legendario del Granma. Allí se dejaban, al abandonar el Granma, todas las esperanzas individuales, se inciaba una lucha en que un pueblo entero tenía que triunfar o fracasar. Por esto, por esa fe y por esa unión tan grande de Fidel con su pueblo, nunca desmayó, ni aún en los momentos más difíciles de la campaña, porque sabía que la lucha no estaba centrada y aislada en las montañas de la Sierra Maestra, sino que la lucha se estaba dando en cada lugar de Cuba, donde un hombre y una mujer levantaran la bandera de la dignidad.
Y sabía Fidel, como lo supimos después, que esa era una lucha como la de ahora, donde el pueblo de Cuba entero triunfa o era derrotado. Recordemos la frase: "o nos salvamos todos o nos hundimos todos". Porque todas las dificultades ha vencer son difíciles como en aquellos días siguientes al desembarco del Granma; sin embargo, ahora los cambatientes no se cuentan por unidades o por docenas, sino que se cuentan por millones. Cuba entera se ha convertido en una Sierra Maestra para dar en el terreno en que se coloque el enemigo, la batalla definitiva por la libertad, por el porvenir y por el honor de Cuba, y de América, por ser en este momento desgraciadamente, la única representante en pie de lucha de nuesteros pueblos.
La batalla de Cuba es la batalla de América, no la definitiva, por lo menos no la definitiva en un sentido. Aún suponiendo que Cuba perdiera la batalla, no la perdería América; pero si Cuba gana esta batalla, América entera habrá ganado la pelea. Esa es la importancia que tiene esta isla y es por ello por lo que quieren suprimir este "mal ejemplo" que están dando. En aquella época, en el año 56, el objetivo estratégico, es decir, el objetivo general de su guerra, era el derrocamiento de la dictadura batistiana, es decir, la reimplantación de todos los conceptos de democracia, soberanía e independencia conculcados por los monopolios extranjeros. A partir de aquella época del 10 de marzo se había convertido Cuba en un cuartel. El 10 de marzo no era la obra de un hombre, sino de una casta, un grupo de hombres unidos por una serie de privilegios de los cuales uno de ellos, el más ambicioso, el más audaz, el Fulgencio I del cuento, era el capitán. Esta casta respondía a la clase reaccionaria de Cuba, a los latifundistas, a los capitales parásitos, y estaba unida al colonialismo extranjero. Eran bastantes, toda una especie de ejemplares desaparecidos, como por arte de magia, desde los manengues hasta los periodistas de salón presidencial, de rompehuelgas a los zares del juego y de la prostitución. El 1º de enero alcanza entonces el objetivo estratégico fundamental de la revolución en ese momento, que es la destrucción de la tiranía que casi durante siete años ensangrentaba el pueblo de Cuba. Pero, sin embargo, la revolución que es una revolucióm consciente, supo que soberanía política está unida íntimamente a soberanía económica.
No quiso, la revolución cubana, repetir los errores de la década del '30, liquidar simplemente un hombre sin darse cuenta que ese hombre es la representación de una clase y de un estado de cosas y que si no se destruye todo ese estado de cosas, los enemigos del pueblo inventan otro hombre. Por eso la revolución fuerza a destruír en sus raíces el mal que aquejaba a Cuba. Habría que imitar a Martí y repetir una y otra vez que radical no es más que eso, el que va a las raíces; no se llama radical quien no vea las cosas en su fondo, ni hombre quien no ayude a la seguridad y a la dicha de los hombres. Esta revolución se propone arrancar de raíz las injusticias, lo ha definido Fidel, utilizando distintas palabras, pero la misma orientación que Martí. Logrado el gran objetivo estratégico de la caída de la tiranía y el establecimiento del poder revolucionario surgido del pueblo, responde ante él, cuyo brazo armado es ahora un ejército sinónimo del pueblo, el nuevo objetivo estratégico es la conquista de la independencia económica, una vez más la conquista de la soberanía nacional total. Ayer, objetivos tácticos dentro de la lucha era la sierra, los llanos, Santa Clara, el Palacio, Columbia, los centros de producción que se debían conquistar mediante un ataque frontal o por cerco o por acción clandestina.
A un año aproximadamente, los objetivos tácticos comenzaban a plantearse a través del triunfo de la Reforma Agraria que daría la base de la industrialización del país, la diversificación del comercio exterior, la elevación del nivel de vida del pueblo para alcanzar este gran objetivo estratégico que era, entonces, la liberación de la economía nacional.